Así se quedó hasta que le acabó la batería del móvil y se pudo liberar de la tiranía de las redes en la que estaba inmerso desde hacía ya un tiempo. Sus horas marcadas no por el reloj, como dice la canción, si no por las decenas de eventos que llegaban a su perfil de instagram y de facebook: una exposición, el concierto de Nacho Velas, la presentación del nuevo libro de Tina Quelibras, la inauguración de un nuevo local en el que organizar eventos socioculturales, el estreno de la última película de… En cuanto ponía los pies en la calle le entraba un mareo muy grande y se quedaba girando sobre sí mismo al no tener nada claro que dirección tomar. La tercera vez que sufrió esta especie de parálisis giratoria vespertina, porque a última hora de la tarde es cuando se programaban la mayoría de los eventos que le resultaban interesantes, Adama, su vecino de Costa de Marfil, vendedor ambulante, le regaló una brújula pequeñita y muy brillante, sin mediar apenas palabra, bueno, sí, le deseó mucha suerte. A partir de entonces y pesar de que su obsesión por estar al día, espiritualmente hablando, aquella brújula pequeñita, cuyo significado iba más allá de lo que una mente tan enfrascada en perderse en las propuestas de los demás podía procesar, pareció surtir efecto. Aunque solamente fuera porque dar los primeros pasos de su trayecto en dirección norte ya era una manera de desbloquear su parálisis y poder iniciar la marcha, si bien a lo largo de todo el recorrido a ningún lugar y a todos a la vez, empezó a sufrir una serie de tics que hacían que se le torcieran los pies y cambiase temporalmente de dirección, teniendo que dar numerosas pequeñas vueltas antes de llegar a algún lugar en concreto. Y en eso se había convertido su vida, en una especie de bucle infinito sin sentido en el que poco a poco se fue alejando de la poca familia que le quedaba y de sus amigos, sin duda intelectualmente menos completos pero infinitamente más felices. Y así quedó una tarde en el pasillo, trabáu mucho antes de que le diera tiempo a abrir la brújula, doce horas tuvo que esperar a que se le acabase la batería del móvil de última generación que se había comprado recientemente para poder interactuar más fácilmente con las redes sociales y sus cantos de sirena, abducido por veinte propuestas diferentes que no podía obviar si quería estar a la última, que después de la pandemia había que ponerse al día. Así quedó, trabáu.