El año pasado, en varias ocasiones tuve que rascar el hielo que por las noches se acumulaba sobre el parabrisas del coche. A las ocho de la mañana, en pleno invierno, solo se escuchaba el sonido del rascador sobre el cristal, que despertaba a los gallos y sus cantos, estos a su vez a los perros, que empezaban a ladrar y por último se unían las vacas con sus mugidos estremecedores. Una orquesta de cámara diseminada por todo el valle. El resto de la población dormía, o eso creo.
Una vez arrancado el coche, bajaba a diario conduciendo hasta la carretera general, ocho minutos de curvas con el mar de niebla a mi derecha destacando como leve claridad sobre la oscuridad reinante. En esta zona del suroccidente, en ese intervalo de tiempo puedes cruzarte con largos camiones destinados a cargar troncos de madera o módulos que portan pesada maquinaria agrícola y de construcción. La gente es amable y prudente y te avisa con tiempo suficiente para reaccionar si bajas a la velocidad que indican las señales. Hace tres o cuatro años que arreglaron la carretera y a pesar del tráfico pesado que soporta, aún se mantiene como nueva.
Una mañana de primavera, al bajar a trabajar, me crucé con un cervatillo de piernas larguísimas que parecía haberse despistado de su manada, me miró extrañado y raudo trepó desde el arcén hasta el bosque. En otras ocasiones, en verano, al atardecer, me encontré por el camino con algún tejón que se paraba a comer las manzanas que caen de los árboles de las fincas de mis vecinos o también con comadrejas que, asustadas por las luces, cruzaban delante del vehículo a la velocidad del rayo. De lomo naranja a rayas blancas era el gato que vivía a mitad del monte y en numerosas ocasiones pasaba caminando por el borde izquierdo de la carretera cuando yo bajaba o subía de mi casa. Debía de estar emparentado con un gato de características similares que vive en el bar del pueblo. Hace meses que no lo veo.
Me impresionan especialmente las grandes aves rapaces, se posan sobre las ramas de los árboles ó también en las señales de tráfico pero justo cuando intento fotografiarlas, salen volando. Junto a la pequeña capilla blanca, sobre las ramas del gran carbayo y en los postes de luz, cuervos negros como el azabache. No son animales de mi devoción pero me he acostumbrado a su presencia.
¡Qué lujo de vecin@s! Disfruta de la pura naturaleza dónde resides, poc@s pueden hacerlo. 😘😍